"Dele a los adolescentes el regalo que más desean: ¡el respeto y la dignidad!: Como todos sabemos, el período de los primeros años de la adolescencia es normalmente una época dolorosa en la vida, marcada por rápidos cambios físicos y emocionales. Esta dificultad característica fue expresada por un muchacho de séptimo grado a quien se le había pedido que recitara el discurso histórico de Patrick Henry en un programa especial que conmemoraba el aniversario patrio de los Estados Unidos. Pero cuando el jovencito se puso de pie con mucho nerviosismo ante una audicencia compuesta por padres de familia, se confundió y dijo: "¡Dénme pubertad (en lugar de "libertad") o denme la muerte". Muchos adolescentes creen con sinceridad que deben escoger entre esas dos dudosas alternativas.
Comúnmente la etapa entre los trece y catorce años representa los veinticuatro meses más difíciles de la vida. De pronto, un niño preadolescente de diez doce años, despierta a un mundo completamente nuevo a su alrededor, como si sus ojos se abrieran por primera vez. Ese mundo está poblado de compañeros de su misma edad que lo aterran. Su angustia más grande, la cual aun sobrepasa el temor a la muerte, algo remoto e impensable, es la posibilidad del rechazo y la humillación ante los ojos de sus compañeros. Esa inquietante amenaza estará acechando entre bastidores durante muchos años, motivando a los jóvenes a hacer cosas que no tendrán sentido algunos para los adultos que los observan. Es imposible comprender la mente adolescente sin entender este terror al grupo de compañeros de su edad.
Una de las lecciones más importantes que aprendí como docente fue el vínculo que existe entre la baja automestima (o el odio que uno siente por uno mismo) y el comportamiento rebelde. Durante mi carrera en la docencia, observé con mucha rapidez que podía imponer todas las formas de disciplina y reglas del salón de clases a mis estudiantes, siempre que tratata a cada joven con dignidad y respeto. Me gané la amistad de mis alumnos y después de las clases. Era firme especialmente cuando me desafiaban, pero nunca fui descortés, desconsiderado ni insultante. Defendí a los adolescente desválidos y traté tezmente de cimentar la confianza y la dignidad de cada jovencito. El resultado de esta combinación de disciplima amable pero firme me ha quedado como uno de los recuerdos más agradables de mi vida profesional.
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