El alimento no reemplaza la atención

"Los infantes han sufrido mucho por haber sido tratados incorrectamente. Por lo general, si eran irritables se les alimentaba para hacerlos callar, cuando, en la mayoría de los casos, su irritación se debía precisamente al hecho de haber recibido en exceso un alimento hecho perjudicial por los hábitos erróneos de la madre. Tal exceso de alimento no podía sino empeorar las cosas, pues su estómago estaba ya recargado.


Generalmente, desde la cuna se enseña a los niños a satisfacer su apetito y a vivir para comer. Durante la infancia, la madre contribuye mucho a la formación del carácter de sus hijos. Puede enseñarles a dominar el apetito, o a satisfacerlo y volverse glotones. Es frecuente que la madre ordene sus planes para hacer cierta cantidad de trabajo durante el día; y cuando los niños la molestan, en vez de tomarse el tiempo para calmar sus pequeñas tristezas y distraerlos, los acalla dándoles de comer, lo cual cumple su fin durante breve plazo, pero al fin empeora las cosas. El estómago de los niños quedó atestado de alimento cuando menos lo necesitaba. Todo lo que ellos requerían era un poco del tiempo y de la atención de su madre, pero ella consideraba su tiempo como demasiado precioso para dedicarlo a entretener a sus hijos. Posiblemente la tarea de ordenar su casa con buen gusto, a fin de merecer la alabanza de las visitas, y la de preparar alimentos en forma aceptable, son para ella de más importancia que la felicidad y la salud de sus hijos"  (Ellen White, El hogar cristiano).

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